
Durante el primer semestre de 2025 la agroindustria argentina alcanzó un récord histórico de exportaciones, que alcanzaron 64,5 millones de toneladas de granos, aceites y subproductos, con una facturación de 20.726 millones de dólares, un 84 % más que en el mismo período de 2024 y un 52 % por encima del promedio de la última década.
Estas cifras, que muestran la “potencia exportadora del país” contrastan fuertemente con la situación que atraviesan los productores frutihortícolas y las economías regionales, donde las señales son preocupantes y revelan que el modelo de desarrollo del agro argentino se apoya en pocos jugadores concentrados mientras una amplia base productiva atraviesa crisis recurrentes.
Las estadísticas oficiales muestran con crudeza el impacto desigual. Entre enero y julio de 2025, las exportaciones de cebolla cayeron un 36% en volumen y más de un 50% en ingresos de divisas, con apenas 21,6 millones de dólares generados frente a los 45,2 millones del mismo período de 2024. El ajo también mostró retrocesos con menos del 18% en toneladas exportadas y una caída del 9% en su valor. En el caso de la pera, si bien el volumen creció 4%, el salto en divisas fue de un moderado 9%, mientras que la manzana registró un incremento de más del 20% tanto en toneladas como en facturación, impulsada por la mejora de precios internacionales. Estos contrastes reflejan que el sector frutícola no atraviesa una situación uniforme, ya que mientras algunos rubros logran sostenerse, otros sufren la caída de mercados y problemas de competitividad.
Los datos históricos de exportaciones de frutas frescas elaborados también evidencian una tendencia preocupante. Entre 2022 y 2023, el total de fruta fresca exportada pasó de 729.160 a 651.702 toneladas, con caídas marcadas en naranjas, mandarinas, arándanos, uva y cerezas. Estas reducciones, que afectan fuertemente a las economías regionales de Río Negro, Neuquén, Tucumán, Entre Ríos y el NOA, son consecuencia de múltiples factores que tienen que ver con los menores rindes, falta de inversión en infraestructura de frío y logística, y dificultades de acceso al financiamiento.
En paralelo, la estructura agroexportadora del país sigue concentrada en grandes multinacionales y pools de siembra que controlan el comercio de granos y aceites. En los últimos 25 años desaparecieron más de 60.000 explotaciones agropecuarias, mientras que las grandes empresas incrementaron su participación en el negocio. Se estima que apenas una treintena de fideicomisos agrícolas manejan el 7% de la superficie sembrada de granos, con capacidades financieras y tecnológicas muy superiores al resto de los actores del campo.
Para los pequeños y medianos productores, que son quienes sostienen buena parte de la producción frutihortícola destinada tanto al mercado interno como a la exportación, la coyuntura es crítica. La inflación, los altos costos de insumos dolarizados y la pérdida de competitividad frente a otros países exportadores han erosionado su rentabilidad. Muchos agricultores familiares sobreviven con márgenes mínimos, mientras otros abandonan la actividad. En sectores como el vitivinícola, donde el 85,5 % de las explotaciones tienen menos de 15 hectáreas, las estadísticas muestran una disminución sostenida de unidades productivas desde 2010.
Reclamos del sector
La crisis del campo que alimenta no se explica solo por los problemas coyunturales. La sequía histórica de 2023 y el deterioro económico de 2024, año en que la Argentina vivió una recesión prolongada pese a que el agro ayudó a recomponer divisas, dejaron secuelas profundas. Aunque el Producto Bruto Interno (PBI) agropecuario creció un 31,3% y la campaña de soja y maíz traccionó la balanza comercial, los beneficios se concentraron en el sector exportador de commodities. Los pequeños productores frutihortícolas, en cambio, sufrieron caída de ventas, sobrecostos logísticos y menores precios en mercados internacionales.
La fotografía actual del agro argentino muestra una paradoja: récord de ventas externas y aportes históricos de divisas, pero una red de productores de alimentos frescos y economías regionales debilitadas, que no logran trasladar ese éxito a su realidad cotidiana. Los datos de exportación de frutas y hortalizas, sumados a la caída de varias producciones regionales en los últimos años, plantean interrogantes sobre la sostenibilidad de un modelo que prioriza el complejo sojero y cerealero, mientras el campo que abastece la mesa argentina enfrenta crecientes dificultades.
Para revertir esta tendencia, expertos y entidades del sector reclaman políticas activas que contemplen créditos accesibles, incentivos a la producción diversificada, mejoras en infraestructura de almacenamiento y transporte, y una reforma fiscal que diferencie entre grandes empresas exportadoras y pequeños productores. Sin estas medidas, advierten, el país corre el riesgo de profundizar un esquema agroindustrial dual: uno dinámico y concentrado que bate récords, y otro que sobrevive en crisis, afectando tanto al empleo rural como a la disponibilidad de alimentos.
Fuente: Tiempo Argentino